jueves, 25 de septiembre de 2014

EL PIERCING




                                                                El piercing

    Desde los quince años o antes, Rosa María de los Dolores estaba loca por tener un piercing en el ombligo, pero sus padres nunca se lo permitieron. Fue pasando el tiempo, llegó a la mayoría de edad y entonces pudo decidir por ella misma. ¡A ver quién iba ahora a poder poner impedimentos a su deseo! Justo el día que cumplió los dieciocho, se personó en una tienda especializada para, por fin, poder cumplir su sueño. La sorpresa fue enorme al recibir la respuesta del especialista, diciéndole que no se podía hacer tal cosa.
—¡Pero si hoy la mayoría de las mujeres lo llevan!
—Eso es bien cierto —fue la concisa respuesta—, pero, por las razones dichas, en este taller no podemos ponérselo a usted. Ni creemos que en ninguno puedan hacerlo.
—¿Simplemente por ese motivo se justifica que no me pinchen un piercing en el ombligo como a cualquier persona decente?
En la pregunta se advertía un tono de alteración y nerviosismo. Era su mayor ilusión lucir aquella minúscula pieza en su ombliguito femenino.
—Sí. Es razón suficiente para que no podamos hacerlo.
—Pues iré a otro sitio. La ciudad está llena de chiringuitos como éste.
Y se fue malhumorada, pero decidida a que, primero sus padres y, luego, un taller sin argumentos convincentes, le privaran de satisfacer el mayor de sus anhelos.
Pero le pasó lo mismo en el siguiente intento y en el otro y en el otro...
No se discutía el precio, ni tan siquiera un diseño caprichoso. En todos los lugares visitados le daban la misma tonta respuesta. Estaba desesperada.
No le quedaba ya para conseguirlo, más que un último taller. Y a él se encaminó tremendamente desconfiada. Volvió obtener la misma réplica que casi la hizo desvanecerse.
—¡Pero, por qué... por qué ustedes, ni nadie intentan esmerarse y colocarme ahí el dichoso piercing?
—Podemos ponérselo en otra parte. ¿No le gustaría lucirlo en un lóbulo? Ahí le quedaría precioso. Y no digamos en la lengua...—añadió el experto con cierta malicia.
—¡Nooo! ¡Insisto en que lo quiero llevar donde les he dicho!
—A ver si lo entiende, señorita. Al menos tres veces se lo he intentado aclarar. No podemos colocárselo ahí, porque, casualmente —matizó con un reproche, que, a la vez iba rebosante de asombro—, ¡es posible que sea usted la única persona en el mundo que no tiene ombligo! ¡Qué cosa tan rara, mecachis! ¡No se lo podemos anclar ahí, porque le falta! ¿Entiende?
—¡Otra vez la misma majadería! ¡Lo que pasa es que en este país son muy poco profesionales!
Y se marchó furibunda, decidida a intentarlo en los Estados Unidos.

domingo, 21 de septiembre de 2014

EL HIJO PRÓDIGO



                                                                El hijo pródigo

Dos semanas habían pasado ya desde que el hijo pródigo regresara y su padre le recibiera en casa con una tierna, cariñosa y solemne bienvenida. Aquel joven, de próspera familia, no dejaba de mostrar su aflicción y su arrepentimiento por haber dilapidado su hacienda, tras mostrarse como un egoísta del todo ajeno al dolor de los suyos. La lección amorosa dada por su progenitor lo conmovió tanto que, en su cabeza, no latía otro pensamiento que no fuese el de compensar aquel gesto generoso que no sólo le había devuelto a él la felicidad, sino al patriarca y a toda su estirpe. El regreso, su regreso, fue sin duda el evento más memorable de todos cuantos en siglos pudiera ser recordado por los miembros de su linaje. No se podía quedar de brazos cruzados ante tan grande gesto de benevolencia. Tenía que hacer algo que consiguiese repetir el logro de tanta paz y tanta felicidad. Durante muchos días se devanó los sesos; estaba tan agradecido, que le resultaba imposible quedarse cruzado de brazos. Trabajaría en adelante mucho más que nadie, pero no lo consideró suficiente; adoraría a su padre por encima de todos los afectos y tampoco le pareció bastante. Evocó cientos de veces el abrazo de bienvenida por parte de éste y cientos de veces vio en los ojos del anciano la mayor de las alegrías. Por eso decidió volver a propiciar aquel sublime instante de extrema felicidad. Pocos días más tarde, en secreto, vendió todos los animales que pudo, se adueñó en silencio de la mayor suma de dinero posible y se encargó de desvalijar los guardados cofres llenos de joyas centenarias. Luego, sin que nadie lo advirtiese, con todo el producto de su saqueo, volvió a desaparecer, en esta ocasión sin despedirse, sin decir palabra. Ya muy lejos, aún seguía pensando: ¡Vaya alegría que volveré a darle al bueno de mi padre, cuando regrese!

miércoles, 17 de septiembre de 2014

BURBUJA



                                                                        Burbuja

Tanto tiempo sintiendo esa extraña sensación inaccesible a mis sentidos, alertada ante el sopor de mis divagaciones. Todo abstracto, enigmático, incapaz de airear el pálpito... ni tan siquiera por la vista, por el oído apenas, confusamente entendido por la razón de mi incauta naturaleza. Voces armoniosas, música aturdida en la magia cristalina del toque de un piano, suspiros cansados y anhelantes, gestos de ilusión confusa y de esperanza inquieta. Y mi mirada curiosa... perdida sin voz en un horizonte tan real como inexistente. Mis anhelos dormidos buscan despiertos las respuestas que se obstinan una y otra vez por alejarse de mi entendimiento. Intuyo el sol, lo intuyo; pienso que podría haberlo disfrutado ya cientos de veces; en ocasiones, el runruneo melodioso de las olas parece querer acariciarme con su sabor de frescura y su aleteo yodado y salino... y las risas, esas que vienen y van cantando cada día por todo mi entorno, afectándome con su regocijo, pero susurrando, incapaz de atrapar una sola de ellas. ¿Por qué no río yo cuando me siento tan feliz como el resto de las sonrisas que danzan en torno a mi figura? ¿Por qué no lloro cuando otros lo hacen mientras me contagian, sin pretenderlo, una pizca de su tristeza? Un sinfín de preguntas antes de la última pausa; después la actitud indómita dispuesta a descubrirlo todo. Y de pronto, el revuelo, la violenta lucha, el pulso echado al tiempo, las prisas, las carreras, el miedo y la ilusión dibujada en grito y aliento. Cruzo extenuado el túnel y termina por hacerse la luz sin que yo apenas sea capaz de divisarla. Cuando la palma de una mano segura y complacida, por fin golpea mis nalgas diminutas, comienzo a llorar satisfactoriamente...

lunes, 15 de septiembre de 2014

PENSAMIENTO



¿Cómo describir el cielo que está detrás del cielo?

miércoles, 10 de septiembre de 2014













CANTO A LUCÍA (Poemas de amor en la distancia)” es un libro escrito durante una importante etapa de mi vida, publicado en el año 2013. He ido trayendo al blog cada una de sus composiciones, versos escritos con la mayor pureza que pudieran transmitir mis sentimientos. Fue hecho para alguien, el título lo dice, y para esa persona serán eternamente todos sus versos. “¿Dónde las alas?” es el primero de los poemas, publicado aquí hace tiempo. Se han ido sucediendo todos y hoy terminan con “Vete al puerto”. De este modo, cierro la página final de un poemario escrito con el alma.

martes, 9 de septiembre de 2014

VETE AL PUERTO


Vete al puerto

Vete al puerto amada mía, vete al puerto
y usurpa el velero que tranquilo duerme
decidido siempre al amanecer incierto.
Propón que el letargo de su quilla merme
invitándola a tentar la faz del mar abierto.

Vete al puerto amor y obliga a ese velero
a desperezarse bajo el sopor de las candelas
que lo aturden y lo hacen poco marinero.
Convéncelo de que ha de desplegar las velas
y encontrar en el soplo del viento a su remero.

Luego sé, de la nave, solitaria tripulante
embaucada por el horizonte y la lejanía
que imantan la pasión del navegante.
Gobierna, prosigue bogando por la letanía
de sal y espuma sobre el líquido ondulante.

Viaja apresurada entonces y ansiosa timonea
sobre la inmensidad impredecible y casquivana
que a todo navegante por capricho contonea.
No le hagas caso al mar, amor, boga liviana
hasta el lugar que en nuestras almas alborea.

Por el Atlántico también mi nave ya transita
sobre olas crecidas que muerden la madera
en la que pertinaz mi ardiente corazón gravita.
Desafiando embestidas, insiste mi galera
portando la ansiedad que en nuestro mar levita.

Voy hacia ti, esa es mi decidida singladura;
percibo que te acercas, te huelo en el deseo
tornada en timonel de pétrea armadura.
Balancéase mi nave y sin verte ya te veo
augurada en la oscilación de tu hermosura.

Pronto llegarás a ese punto de azul predestinado
que insistentemente llama también a mi goleta
a encontrarse en lugar jamás equivocado.
¡Tan grande amor nos ha traído hasta esa meta
que el mismo mar parece haberse enamorado!

VOZ Y SILUETA


Voz y silueta

¿Quién soy si tu mano no me aprieta
con los dedos de pluma y golosina?
¿Qué es de mí sin tu sabor a nectarina
adivinado tras tu voz y tu silueta?

Esa voz queda, melosa y ambarina
que acaricia mi razón, esa carpeta
imborrable cual piedra que es la veta
de un amor que comienza y no termina.

Esa figura grácil, sutil y enardecida
que me da la existencia y que me oferta
si quisiese irse, marcharse con mi vida.

¿Quién soy, pues, sin tu mano abierta?
¿Quién soy, dí, sin tu mano tendida?
¿Cómo planto el alma lejos de tu huerta?

VEO


VEO

Veo el amor despierto en tu mirada
del color de la hoja verdecida:
calidez de constante llamarada.

Veo en tus ojos la sonrisa redimida
que se instala pausada en mi aposento
por la magia de la mente y allí anida.

Posada estás en mí todo momento,
pues no quieres volar, ni yo que vueles,
que no vaya tu mirada con el viento.

Que no corras entre campos de laureles
olvidada de mi rama un solo instante,
pues ese en que no estás ¡cómo me dueles!

Veo el espejismo de mi alma delirante
que no es más que el tacto de tus manos
o el aroma del perfil de tu semblante.

Veo en ti, Lucía, los trinos más ufanos
del pájaro que elige en su garganta
el color de los gorjeos más profanos.

Veo en ti, mi amor, la voz que canta
sones perfumados de paz y de murmullo
por los que, hechiceros, el afán se imanta.

Veo en los gratos perfiles del arrullo
que tu gesto envía y que mi instinto apresa,
por hacerlo eternamente sólo suyo,

la insinuación jugosa de la fresa
que imita, extasiada, al ser mordida,
el dulzor de la boca cuando besa.

Veo en mí la nostalgia contenida
tras el fruto madurado en el deseo,
propiciando que siga adormecida.

Como puedes, amor, ver, tus ojos leo
esperando un regalo generoso de la vida:
poder palpar mañana lo que hoy veo.

UNA VEZ LO HE VISTO



Una vez lo he visto

Una vez lo he visto, sonrosado,
oyendo la canción del riachuelo
donde nadaban mechones de tu pelo
por un par de máculas bordado.
El cándido paseo del agua de cristal
mojando tu melena se regocijaba
creyendo a Cleopatra o a la Reina de Saba
dueñas del desnudo torso en pose inmoral.
Tu seno miraba tu cara asomada en el río,
y, oculto, le posé mi vista soñándolo mío.

UN MINUTO


Un minuto.

Digámosle sí al placer de los sentidos
que atiza en las venas un fuego inclemente
e impúdico que insta a la actitud decente
a estar en cada alma en pos de los gemidos.

Un sí inmediato al fragor de los vahídos
que crepitan en afán efervescente
donde el labio amable y la mano insistente
robar quieren los pudores escondidos.

Horas de pasión, de gozo y de locura
que en la piel modulan todos los placeres
que cada cuerpo porfía y se procura.

Más, un minuto es mayor a esos quereres
en un corazón rendido a la arpadura
de los rasgos del amor en sus enseres.




Tú, como el mar, eres la misma cosa.
Tú y la luna de noche sois gemelas,
prendidas, luminosas, paralelas...
como en el día iguales, tú y la rosa.

Tú y la brisa con tinta pudorosa
escriben en mi alma bagatelas
de frescuras y calmas cantinelas
de ansiedades y ensueños, tú y mi prosa.

Tú y mis versos vestidos del aroma
de tu aliento que en mí siempre es testigo
de toda cuanta trova al aire asoma.

Tú y el anhelo azul con el que irrigo
esa pradera oculta tras la loma
en que doquiera estás, siempre conmigo.


TREPADORA DEL AIRE



Trepadora del aire

Cada día que pasa, con tu aroma
recién despierto por la campanilla
que al oído conmueve y maravilla,
cual puntual cucú, tu genio asoma.

Tal como se irguiese una persiana
vencida por el diario alborecer,
allí donde el cristal llega a traer
a tu esencia el latir de la mañana.

Igual que esa luz que siempre ronda
gentil en el enorme cielo afable
trepidando ante el afán infatigable
por convertirla en primorosa blonda,

trepas por el aire hasta las nubes
buscando sutilezas de algodones
con las que logras bellos escalones
por las que me invitas y me subes.

Me pliego, admirado, a tu fantasía
y recorro de tu mano toda ella,
sorprendido hasta con alguna estrella
que pones a brillar en pleno día.

Es camino sin fin, donde no hay meta
para la genialidad, para el encanto…
me obnubila ese don, no sabes cuánto
tu magia me estimula a ser poeta.

TAN CERCA, TAN LEJOS


Tan cerca, tan lejos...

Adiviné tu boca; sólo en eso
se fueron mis anhelos a tus labios,
libando en tu mirar los ojos sabios
que saben del amor que te profeso.

Imaginé tu aliento, transitado
por seducido canto hecho deseo,
aleteé en un néctar del que reo
me siento en tu reclamo ensalivado.

Besé tu boca abierta al pensamiento
que invita la pasión a la impaciencia,
deambulé despierto en la inconsciencia
del placer sojuzgado al desaliento.

Después mis afanes latieron perplejos
viéndote tan cerca, viéndote tan lejos...

SOPLO



Soplo

Paseaste por mi acera tus andares elegantes
tupidos de primores, aromas y miradas,
lo perfumaste todo de bvlgarys fragantes
que sobre tu piel van en tres gotas posadas.

Yo, sentado en un borde, observaba la vida
con paso atolondrado, vestida de tibieza;
y el músculo cansado y ausente la cabeza
prohibían a la mente más puntos de partida.

Guardaba la metáfora de un cirio que, en la mano
apagado yacía, para siempre ya, indolente y vano
recreando la imagen de quien ya nada quiere ni ama.

Tú fuiste la suerte, reluciente perla
que paró un instante, y gentil, al verla,
dio un soplo en la vela y encendió la llama.



TAMBIÉN YO AMO


También yo amo

No por muy lejos que estés no estás más cerca,
ni por mucho que camines hacia el sol te veo más lejos.
No por tanto que enciendas el fulgor de mil reflejos
opacará otra luz prendida en mi que se te acerca.

No porque el lánguido suspiro dormido por tu aliento
sea lamparilla y bruma que endulzan mis anhelos,
el dulzor que invita bajado de mis cálidos desvelos
a posarse en tu alma de espejo, mando sobre el viento.

Cantan mil cascabeles dorados cuando te concibo,
cuando, al presagiarla, hiere la cándida estocada
de tu dulce pupila que punza las pasiones donde libo.

Bailan los violines en la noche, antes apagada
de música, de luz y de danza hasta tu arribo,
porque mi amor concluye en ti; más allá, nada.