martes, 18 de noviembre de 2014

Regalo de cumpleaños



Regalo de cumpleaños


   Aquel señor, de mediana edad, elegantemente vestido, con abundante pelo engominado y de modales exquisitos, entró en la tienda de música. Pronto sería el cumpleaños de su esposa y quería regalarle su instrumento musical preferido. Una dependienta se dirigió a él dispuesta a atenderle. Era una joven muy simpática.
Buenos días, señor. ¿En qué podemos servirle?
Él la miró un breve instante antes de preguntarle.
¿Sabía que es muy simpática?
Ella miró a todos lados, preguntando.
¿Quién?
Usted, desde luego.
Quedó algo confundida. Normalmente eso se suele decir cuando el cliente queda satisfecho, haya decidido o no hacer la compra. Parecía como si aquel caballero hubiera empezado por el final. Abrió la boca con cierto aturdimiento y exclamó un apenas perceptible:
¡Ah...!
Es algo que le deben haber dicho muchas veces. Yo, igual que imagino que muchos otros clientes, lo he sabido por el narrador.
Ella volvió a sentir algo de confusión.
¿Por el narrador? —preguntó, no entendiendo nada.
Sí —intentó aclararle—. En la descripción de mi entrada en el establecimiento, el narrador apuntó que usted era una joven muy simpática.
Ella lo miró esta vez, haciendo un gesto que sugería haber comprendido en esta ocasión.
Ahora sí que le entendí —y se le acercó un poco para hacerle una confidencia al oído—. Pero no le haga usted mucho caso. En realidad es mi tío y siempre está con la misma cantinela... no creo ser tan simpática como dice él.
Pues a mí me lo parece —respondió él con espontánea amabilidad.
Ella se sonrojó levemente.
Tendré que hablar con él —dijo para justificarse—. Hace que me salgan los colores.
Esta última frase de la dependienta, pareció recordar al cliente para qué había venido al establecimiento.
Y hablando de colores... ¿Tienen ustedes flautas?
Por supuesto que sí, señor. En una tienda de música no puede faltar ese instrumento.
¿Y en una orquesta? —preguntó intrigado.
Creo que tampoco —respondió dubitativa la muchacha—. Salvo que el director le tenga manía, digo yo.
Me parece odiosa una persona que la tome con la flauta —dijo molesto con esa posibilidad—. Por muy director que sea no tiene derecho a...
Es una falta de respeto musical —intervino ella para darle la razón—. Creo que eso lo dijo el flautista de Hamelín en una de sus conferencias, que siempre concluía interpretando madrigales.
El hombre pareció llevarse una sorpresa.
¡Qué me está diciendo! —exclamó aturdido—. ¿Que el flautista de Hamelín tocaba la flauta? ¡Eso sí que no lo sabía yo! ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza, añadiendo.
Y daba conferencias acerca de cómo cazar ratas con ella.
El cliente pareció sulfurarse oyendo estas puntualizaciones.
¡Ah, no! —dijo bastante excitado—. Entonces no me interesa regalarle una flauta. Me imagino a mi mujer llenándome la casa de ratones. ¡Ni flautas, ni gaitas! Mejor, póngame un pandero.
  Una vez envuelta y pagada la compra, el hombre se fue con una sonrisa satisfecha. La dependienta lo despidió, como siempre hacía, según la descriptiva de un servidor, su tío, simpáticamente.

martes, 28 de octubre de 2014

CAMBIO DE PERSONALIDAD



                                     Cambio de personalidad


En el patio del manicomio un Napoleón observa su tropa.
—¡De frente! ¡Atacad! ¡Carguen bayonetas...! ¡Todo el mundo al suelo! ¡El resto al asalto!
—grita su lugarteniente y los locos cumplen todas las órdenes con arrojo. Sus rostros están desencajados por el esfuerzo.
—¡Esto es disciplina y lo demás son cuentos! —piensa Bonaparte, acariciándose el ombligo con los dedos que siempre lleva escondidos bajo su impoluta guerrera.
Ya extenuados, Bonaparte ordena que se les de un rato de descanso. Muchos de ellos hablan con su inmediato superior, el que les manda; lo hacen agotados, moviendo los brazos en actitud de queja.
Tras escucharles y recoger sus protestas, el mando intermedio camina decidido a transmitir las reivindicaciones de los locos a su general.
—¿Qué ocurre, Gonlazeur? —le pregunta en un tono torpemente afrancesado.
—Señor, le insisto en que me apellido González.
—Bien, Gonzaléz... —persiste en su gabacha puntualización— ¿Qué se habla en filas?
Disculpe vuecencia —responde el subordinado, cuadrándose—. Que la tropa dice que está hasta los huevos de tanta instrucción y de tanta leche. Que por qué no se mete usted a monje franciscano y nos deja en paz de una puñetera vez...
—¡Oh, mon Dieu...! ¡Para eso habrá tiempo cuando esté en Santa Elena!
—Pues la soldadesca se empecina en que os diga y haga esto: ¡Que os den! —le vira la espalda y se va, tras hacerle una peineta.
Bonaparte se siente vejado y sorprendido. Se pasa la mano que tiene libre por la barbilla y exclama para sí:
—¡Ni en Waterloo sufrí una humillación tan bochornosa! Esto me obliga a cambiar de aires. Tengo un antifaz que me viene al pelo para no ser reconocido. Todos van a sentir en sus carnes el efecto de mis supercherías... ¡Jajaja! A partir de mañana me convertiré en la Pimpinela Escarlata y les haré la vida imposible. ¡Que se jodan por desertores!

lunes, 13 de octubre de 2014

CELOS


                                                                     CELOS

No sabría decir por qué. No tenía la certeza absoluta, pero sí el presentimiento de que, últimamente su mujer le engañaba con otro. Era muy doloroso para él vivir con esa sensación que no le dejaba respirar. Eran quince años de matrimonio y él, durante todo ese tiempo, le fue absolutamente fiel. Nunca pasó por su cabeza la idea de flirtear con fémina alguna y eso que la vida le había hecho muchas propuestas en ese sentido. Nunca dejó de estar enamorado y nunca hasta hacía sólo un año comenzó a percibir aquella ingrata y amarga posibilidad. Cada día se enfrascaba en el mundo de sus pensamientos y los recuerdos gratos le llovían a borbotones; no encontraba un sólo instante del día y de la noche en que la dulzura y la honestidad no hubiesen estado presentes hasta que comenzó a darse cuenta de aquel detalle que se le había clavado en el alma. Siempre fue una mujer hermosa y, con el paso del tiempo, se daba cuenta de que su belleza iba en aumento. Sentía celos, unos enormes celos lo devoraban con avidez. No se merecía sufrir tanto dolor. Además, ella siempre estuvo enamoradísima de él, así que se devanaba los sesos por entender cómo en una esposa tan subyugada podían advertirse gestos que parecían últimamente a escondidas mostrar lo contrario. ¿Podría estar la razón en que no habían tenido hijos? Desechó enseguida esa razón. Siempre se habían amado intensamente a pesar de no tenerlos. ¿Por qué ahora tenía que ser de otro modo? No. Seguro que no era eso. En sus muchas meditaciones, llegó a pensar que finalmente podía haberse cansado de él. Pero, entonces, ¿por qué no era franca y, por doloroso que fuese, no se lo decía y le solicitaba el divorcio? Hubiese preferido eso a que le estuviese compartiendo dentro de la pureza del matrimonio con otro hombre. Pero todo indicaba que lo hacía. Si no fuese así, ¿por qué razón en el último año, de los cinco que venía haciéndolo, le visitaba cada día a poner flores en su tumba acompañada de aquel varón tan atractivo?

jueves, 2 de octubre de 2014

El extraño caso...


                                                   El extraño caso del recluta obtuso


Aquel recluta era torpe. Muy poco atinado se mostraba cada día durante las horas de instrucción. Todos desfilaban con marcialidad, menos él. El sargento gritaba: ¡Izquierda! ¡Ar! Y cada soldado efectuaba el giro en la dirección ordenada; todos, menos el inepto, que lo hacía incomprensiblemente hacia el lado opuesto. ¡Derecha! ¡Ar! Y el de siempre contrariaba el movimiento de los demás. ¡Media vuelta! ¡Ar! Y el negado se decidía, inconsciente, por dar la vuelta entera.
—¡Pero, vamos a ver, zoquete! —le gritó el suboficial, indignado y a punto de mandarlo al calabozo—. ¿Pero es que tú no sabes dónde tienes la mano derecha?
—¡A sus órdenes mi sargento! —respondió éste, cuadrándose—. La mano derecha, sí que sí... y hasta la izquierda. Con lo que suelo tener problemas es con las piernas. Me hago un lío con ellas, ¿sabe?
—¡Arrestado por cachondeo!
Cuando un mes más tarde se le levantó el castigo, pudo saberse que el pobre muchacho tenía los pies invertidos; el derecho en el tobillo izquierdo y viceversa.
—¡Pues en las maniobras, que ese valioso soldado sea el último de la fila para despistar el rastreo del enemigo que nos venga por retaguardia! —ordenó un coronel satisfecho y orgulloso de aquella singular circunstancia. Muchas victorias se obtuvieron así, utilizando una nueva táctica de falsa retirada, ya que los oponentes no adivinaban la verdadera dirección de a quienes seguían. Por tal, se propuso que se le concedieran dos medallas al mérito pedestre, pinchada cada una en sendas botas, en torno a las cuales, admirados, porfiarían luego por embetunar muchos tenientes y capitanes. Fue un día triste para todos los mandos cuando salió licenciado. A más de un oficial se le saltaron las lágrimas.
Por todas estas razones, en adelante, cuando en cualquiera de los tres ejércitos algún recluta, durante la instrucción, realiza un movimiento equivocado, el sargento o el cabo primero de turno, se tiran sobre él con la ilusión de desamarrarle las botas, ansiosos por ver si sus dedos gordos están lo más alejados posible uno del otro. Es tanta la añoranza, que se le lanzan igual que si fuesen pescadores de perlas.

jueves, 25 de septiembre de 2014

EL PIERCING




                                                                El piercing

    Desde los quince años o antes, Rosa María de los Dolores estaba loca por tener un piercing en el ombligo, pero sus padres nunca se lo permitieron. Fue pasando el tiempo, llegó a la mayoría de edad y entonces pudo decidir por ella misma. ¡A ver quién iba ahora a poder poner impedimentos a su deseo! Justo el día que cumplió los dieciocho, se personó en una tienda especializada para, por fin, poder cumplir su sueño. La sorpresa fue enorme al recibir la respuesta del especialista, diciéndole que no se podía hacer tal cosa.
—¡Pero si hoy la mayoría de las mujeres lo llevan!
—Eso es bien cierto —fue la concisa respuesta—, pero, por las razones dichas, en este taller no podemos ponérselo a usted. Ni creemos que en ninguno puedan hacerlo.
—¿Simplemente por ese motivo se justifica que no me pinchen un piercing en el ombligo como a cualquier persona decente?
En la pregunta se advertía un tono de alteración y nerviosismo. Era su mayor ilusión lucir aquella minúscula pieza en su ombliguito femenino.
—Sí. Es razón suficiente para que no podamos hacerlo.
—Pues iré a otro sitio. La ciudad está llena de chiringuitos como éste.
Y se fue malhumorada, pero decidida a que, primero sus padres y, luego, un taller sin argumentos convincentes, le privaran de satisfacer el mayor de sus anhelos.
Pero le pasó lo mismo en el siguiente intento y en el otro y en el otro...
No se discutía el precio, ni tan siquiera un diseño caprichoso. En todos los lugares visitados le daban la misma tonta respuesta. Estaba desesperada.
No le quedaba ya para conseguirlo, más que un último taller. Y a él se encaminó tremendamente desconfiada. Volvió obtener la misma réplica que casi la hizo desvanecerse.
—¡Pero, por qué... por qué ustedes, ni nadie intentan esmerarse y colocarme ahí el dichoso piercing?
—Podemos ponérselo en otra parte. ¿No le gustaría lucirlo en un lóbulo? Ahí le quedaría precioso. Y no digamos en la lengua...—añadió el experto con cierta malicia.
—¡Nooo! ¡Insisto en que lo quiero llevar donde les he dicho!
—A ver si lo entiende, señorita. Al menos tres veces se lo he intentado aclarar. No podemos colocárselo ahí, porque, casualmente —matizó con un reproche, que, a la vez iba rebosante de asombro—, ¡es posible que sea usted la única persona en el mundo que no tiene ombligo! ¡Qué cosa tan rara, mecachis! ¡No se lo podemos anclar ahí, porque le falta! ¿Entiende?
—¡Otra vez la misma majadería! ¡Lo que pasa es que en este país son muy poco profesionales!
Y se marchó furibunda, decidida a intentarlo en los Estados Unidos.

domingo, 21 de septiembre de 2014

EL HIJO PRÓDIGO



                                                                El hijo pródigo

Dos semanas habían pasado ya desde que el hijo pródigo regresara y su padre le recibiera en casa con una tierna, cariñosa y solemne bienvenida. Aquel joven, de próspera familia, no dejaba de mostrar su aflicción y su arrepentimiento por haber dilapidado su hacienda, tras mostrarse como un egoísta del todo ajeno al dolor de los suyos. La lección amorosa dada por su progenitor lo conmovió tanto que, en su cabeza, no latía otro pensamiento que no fuese el de compensar aquel gesto generoso que no sólo le había devuelto a él la felicidad, sino al patriarca y a toda su estirpe. El regreso, su regreso, fue sin duda el evento más memorable de todos cuantos en siglos pudiera ser recordado por los miembros de su linaje. No se podía quedar de brazos cruzados ante tan grande gesto de benevolencia. Tenía que hacer algo que consiguiese repetir el logro de tanta paz y tanta felicidad. Durante muchos días se devanó los sesos; estaba tan agradecido, que le resultaba imposible quedarse cruzado de brazos. Trabajaría en adelante mucho más que nadie, pero no lo consideró suficiente; adoraría a su padre por encima de todos los afectos y tampoco le pareció bastante. Evocó cientos de veces el abrazo de bienvenida por parte de éste y cientos de veces vio en los ojos del anciano la mayor de las alegrías. Por eso decidió volver a propiciar aquel sublime instante de extrema felicidad. Pocos días más tarde, en secreto, vendió todos los animales que pudo, se adueñó en silencio de la mayor suma de dinero posible y se encargó de desvalijar los guardados cofres llenos de joyas centenarias. Luego, sin que nadie lo advirtiese, con todo el producto de su saqueo, volvió a desaparecer, en esta ocasión sin despedirse, sin decir palabra. Ya muy lejos, aún seguía pensando: ¡Vaya alegría que volveré a darle al bueno de mi padre, cuando regrese!

miércoles, 17 de septiembre de 2014

BURBUJA



                                                                        Burbuja

Tanto tiempo sintiendo esa extraña sensación inaccesible a mis sentidos, alertada ante el sopor de mis divagaciones. Todo abstracto, enigmático, incapaz de airear el pálpito... ni tan siquiera por la vista, por el oído apenas, confusamente entendido por la razón de mi incauta naturaleza. Voces armoniosas, música aturdida en la magia cristalina del toque de un piano, suspiros cansados y anhelantes, gestos de ilusión confusa y de esperanza inquieta. Y mi mirada curiosa... perdida sin voz en un horizonte tan real como inexistente. Mis anhelos dormidos buscan despiertos las respuestas que se obstinan una y otra vez por alejarse de mi entendimiento. Intuyo el sol, lo intuyo; pienso que podría haberlo disfrutado ya cientos de veces; en ocasiones, el runruneo melodioso de las olas parece querer acariciarme con su sabor de frescura y su aleteo yodado y salino... y las risas, esas que vienen y van cantando cada día por todo mi entorno, afectándome con su regocijo, pero susurrando, incapaz de atrapar una sola de ellas. ¿Por qué no río yo cuando me siento tan feliz como el resto de las sonrisas que danzan en torno a mi figura? ¿Por qué no lloro cuando otros lo hacen mientras me contagian, sin pretenderlo, una pizca de su tristeza? Un sinfín de preguntas antes de la última pausa; después la actitud indómita dispuesta a descubrirlo todo. Y de pronto, el revuelo, la violenta lucha, el pulso echado al tiempo, las prisas, las carreras, el miedo y la ilusión dibujada en grito y aliento. Cruzo extenuado el túnel y termina por hacerse la luz sin que yo apenas sea capaz de divisarla. Cuando la palma de una mano segura y complacida, por fin golpea mis nalgas diminutas, comienzo a llorar satisfactoriamente...

lunes, 15 de septiembre de 2014

PENSAMIENTO



¿Cómo describir el cielo que está detrás del cielo?

miércoles, 10 de septiembre de 2014













CANTO A LUCÍA (Poemas de amor en la distancia)” es un libro escrito durante una importante etapa de mi vida, publicado en el año 2013. He ido trayendo al blog cada una de sus composiciones, versos escritos con la mayor pureza que pudieran transmitir mis sentimientos. Fue hecho para alguien, el título lo dice, y para esa persona serán eternamente todos sus versos. “¿Dónde las alas?” es el primero de los poemas, publicado aquí hace tiempo. Se han ido sucediendo todos y hoy terminan con “Vete al puerto”. De este modo, cierro la página final de un poemario escrito con el alma.

martes, 9 de septiembre de 2014

VETE AL PUERTO


Vete al puerto

Vete al puerto amada mía, vete al puerto
y usurpa el velero que tranquilo duerme
decidido siempre al amanecer incierto.
Propón que el letargo de su quilla merme
invitándola a tentar la faz del mar abierto.

Vete al puerto amor y obliga a ese velero
a desperezarse bajo el sopor de las candelas
que lo aturden y lo hacen poco marinero.
Convéncelo de que ha de desplegar las velas
y encontrar en el soplo del viento a su remero.

Luego sé, de la nave, solitaria tripulante
embaucada por el horizonte y la lejanía
que imantan la pasión del navegante.
Gobierna, prosigue bogando por la letanía
de sal y espuma sobre el líquido ondulante.

Viaja apresurada entonces y ansiosa timonea
sobre la inmensidad impredecible y casquivana
que a todo navegante por capricho contonea.
No le hagas caso al mar, amor, boga liviana
hasta el lugar que en nuestras almas alborea.

Por el Atlántico también mi nave ya transita
sobre olas crecidas que muerden la madera
en la que pertinaz mi ardiente corazón gravita.
Desafiando embestidas, insiste mi galera
portando la ansiedad que en nuestro mar levita.

Voy hacia ti, esa es mi decidida singladura;
percibo que te acercas, te huelo en el deseo
tornada en timonel de pétrea armadura.
Balancéase mi nave y sin verte ya te veo
augurada en la oscilación de tu hermosura.

Pronto llegarás a ese punto de azul predestinado
que insistentemente llama también a mi goleta
a encontrarse en lugar jamás equivocado.
¡Tan grande amor nos ha traído hasta esa meta
que el mismo mar parece haberse enamorado!

VOZ Y SILUETA


Voz y silueta

¿Quién soy si tu mano no me aprieta
con los dedos de pluma y golosina?
¿Qué es de mí sin tu sabor a nectarina
adivinado tras tu voz y tu silueta?

Esa voz queda, melosa y ambarina
que acaricia mi razón, esa carpeta
imborrable cual piedra que es la veta
de un amor que comienza y no termina.

Esa figura grácil, sutil y enardecida
que me da la existencia y que me oferta
si quisiese irse, marcharse con mi vida.

¿Quién soy, pues, sin tu mano abierta?
¿Quién soy, dí, sin tu mano tendida?
¿Cómo planto el alma lejos de tu huerta?

VEO


VEO

Veo el amor despierto en tu mirada
del color de la hoja verdecida:
calidez de constante llamarada.

Veo en tus ojos la sonrisa redimida
que se instala pausada en mi aposento
por la magia de la mente y allí anida.

Posada estás en mí todo momento,
pues no quieres volar, ni yo que vueles,
que no vaya tu mirada con el viento.

Que no corras entre campos de laureles
olvidada de mi rama un solo instante,
pues ese en que no estás ¡cómo me dueles!

Veo el espejismo de mi alma delirante
que no es más que el tacto de tus manos
o el aroma del perfil de tu semblante.

Veo en ti, Lucía, los trinos más ufanos
del pájaro que elige en su garganta
el color de los gorjeos más profanos.

Veo en ti, mi amor, la voz que canta
sones perfumados de paz y de murmullo
por los que, hechiceros, el afán se imanta.

Veo en los gratos perfiles del arrullo
que tu gesto envía y que mi instinto apresa,
por hacerlo eternamente sólo suyo,

la insinuación jugosa de la fresa
que imita, extasiada, al ser mordida,
el dulzor de la boca cuando besa.

Veo en mí la nostalgia contenida
tras el fruto madurado en el deseo,
propiciando que siga adormecida.

Como puedes, amor, ver, tus ojos leo
esperando un regalo generoso de la vida:
poder palpar mañana lo que hoy veo.

UNA VEZ LO HE VISTO



Una vez lo he visto

Una vez lo he visto, sonrosado,
oyendo la canción del riachuelo
donde nadaban mechones de tu pelo
por un par de máculas bordado.
El cándido paseo del agua de cristal
mojando tu melena se regocijaba
creyendo a Cleopatra o a la Reina de Saba
dueñas del desnudo torso en pose inmoral.
Tu seno miraba tu cara asomada en el río,
y, oculto, le posé mi vista soñándolo mío.

UN MINUTO


Un minuto.

Digámosle sí al placer de los sentidos
que atiza en las venas un fuego inclemente
e impúdico que insta a la actitud decente
a estar en cada alma en pos de los gemidos.

Un sí inmediato al fragor de los vahídos
que crepitan en afán efervescente
donde el labio amable y la mano insistente
robar quieren los pudores escondidos.

Horas de pasión, de gozo y de locura
que en la piel modulan todos los placeres
que cada cuerpo porfía y se procura.

Más, un minuto es mayor a esos quereres
en un corazón rendido a la arpadura
de los rasgos del amor en sus enseres.




Tú, como el mar, eres la misma cosa.
Tú y la luna de noche sois gemelas,
prendidas, luminosas, paralelas...
como en el día iguales, tú y la rosa.

Tú y la brisa con tinta pudorosa
escriben en mi alma bagatelas
de frescuras y calmas cantinelas
de ansiedades y ensueños, tú y mi prosa.

Tú y mis versos vestidos del aroma
de tu aliento que en mí siempre es testigo
de toda cuanta trova al aire asoma.

Tú y el anhelo azul con el que irrigo
esa pradera oculta tras la loma
en que doquiera estás, siempre conmigo.


TREPADORA DEL AIRE



Trepadora del aire

Cada día que pasa, con tu aroma
recién despierto por la campanilla
que al oído conmueve y maravilla,
cual puntual cucú, tu genio asoma.

Tal como se irguiese una persiana
vencida por el diario alborecer,
allí donde el cristal llega a traer
a tu esencia el latir de la mañana.

Igual que esa luz que siempre ronda
gentil en el enorme cielo afable
trepidando ante el afán infatigable
por convertirla en primorosa blonda,

trepas por el aire hasta las nubes
buscando sutilezas de algodones
con las que logras bellos escalones
por las que me invitas y me subes.

Me pliego, admirado, a tu fantasía
y recorro de tu mano toda ella,
sorprendido hasta con alguna estrella
que pones a brillar en pleno día.

Es camino sin fin, donde no hay meta
para la genialidad, para el encanto…
me obnubila ese don, no sabes cuánto
tu magia me estimula a ser poeta.